jueves, 27 de mayo de 2010

LA REPRESIÓN DEL DESEO MATERNO Y LA GÉNESIS DEL ESTADO DE SUMISIÓN INCONSCIENTE

(Extractos del capitulo 1. del libro)


A menos que la medicina, la educación y la higiene social logren instaurar un funcionamiento bio-energético en la masa de la población tal, que el útero no quede contraído, que el embrión crezca en cuerpos en perfecto funcionamiento, que los pezones no queden hundidos y los pechos de las madres se hallen, sexual y
bio-energéticamente vivos, nada cambiará.... Nada! Ninguna constitución, ningún parlamento, nada podrá impedirlo. Nada, digo. Nada hará que la cosa mejore. No se puede imponer la libertad en los empobrecidos sistemas bioenergéticos de los niños.

Reich.

EL ÚTERO Y LA SEXUALIDAD FEMENINA


En el reconocimiento de una sexualidad específica femenina no se tuvo en cuenta el útero como fuente de placer y todavía hoy sólo se habla de la vágina y, cómo no, del clítoris, del orgasmo vaginal y del orgasmo clitoridiano, aunque sepamos que las fibras musculares uterinas sean un elemento esencial del orgasmo femenino. Hay
algo muy importante que se quiere ocultar cuando se sitúa la sexualidad femenina del clítoris a la vagina. En los tratados de sexualidad, salvo rarísimas excepciones nunca aparece el útero. Eso sí, ya no se dice que el útero es la histeria; ahora el útero es una cuestión sanitaria, pues han conseguido que el útero y todas las funciones sexuales de la mujer vinculadas al útero no tengan nada que ver con la sexualidad de la mujer, sino con su salud, y por tanto, queden a merced exclusiva de los médicos que se ocupan de las enfermedades de la mujer, a saber, los embarazos, los partos y los trastornos menstruales. De este modo se consigue que la mujer quede desconectada de sus funciones sexuales que pasan a ser
manipuladas por el Poder, a través de la medicina, con toda normalidad.
Esto confirma la sospecha de que algo importante pasa con el útero de lo que no nos tenemos que enterar.

Kinsey, Master y Johnsons, Hite etc, hacen referencia de pasada a algunos casos de partos orgásmicos, y se pregunta cómo es posible que ante pruebas o vestigios de esta índole, gente que se pretende científica no haya indagado en su significado. La respuesta es que, tan presos y presas estamos del pensamiento falocéntrico
en materia de sexualidad, que no nos podemos imaginar otra sexualidad que no sea la que depende del falo. Hasta tal punto que incluso el psicoanálisis tuvo que inventar mecanismos de asociación, de transferencia, etc., para explicar los deseos y pulsiones sexuales que no aparecían vinculadas al coito sino a otras funciones
sexuales de la mujer y de las criaturas, y que el pensamiento falocéntrico no podía aceptar por sí mismas.
Así se llega a afirmar que el deseo que tiene el bebé del cuerpo materno es el deseo de acostarse con la madre, es decir, de realizar el coito con ella. Semejante disparate es el pilar sobre el que se ha construido el famoso Complejo de Edipo (del que trataremos más adelante), por el que se atribuye al recién nacido no sólo el deseo de consumar el coito con la madre sino también el deseo de matar al padre.
Si el Complejo de Edipo es, como iremos viendo, una de las principales agarraderas del Patriarcado moderno para justificar la represión de las criaturas, ya nos vamos haciendo una idea de por qué ha sido tan importante ocultar el papel del útero y la sexualidad materno-infantil.
Merelo-Barberá también llega a la conclusión de que el estado de cosas actual (la frigidez femenina y el parto y menstruación con dolor, etc.) se explicaría porque la mujer ha sido culturizada para romper la unidad psicosomática entre su conciencia y el útero. La conexión entre la represión de las mujeres y la rigidez uterina está explícitamente establecida en el libro del “Génesis”, que recoge la versión judeo-cristiana del origen de las prohibiciones (parirás con dolor y el hombre te dominará).
Dicho sea de paso, la Biblia también nos tenía que haber inducido a la sospecha, puesto que si en el “Génesis” se condena a la mujer a parir con dolor, tendríamos que haber pensado que antes las cosas sucedían de otro modo.
El parto es un acto sexual en el que toman parte una pareja de seres: la excitación sexual de la mujer, inducida por el feto que ha llegado a término, si no estuviese bloqueda por el miedo y la cultura milenaria que pesa sobre ella, produciría la relajación, el abandono al deseo y los flujos maternos necesarios para que el parto y el nacimiento fuera un acontecimiento gozoso y placentero para ella y para la criatura; y también para que las criaturas, una vez fuera del útero materno, encontrasen un regazo, un vientre y unos pechos palpitantes de deseo dispuestos a satisfacer los propios anhelos de calor, de contacto físico, de nutrición, higiene
y protección.
Frecuentemente, cuando hablamos sobre el parto en términos de placer, de función amorosa íntima, etc., se nos rebate aduciendo los peligros del parto, las altas tasas de mortalidad de madres y recien nacidos en los siglos pasados, y la necesidad de la intervención médica en los mismos. En Holanda, país en el que el que alrededor del cincuenta por ciento de los partos tienen lugar en casa con
asistencia de comadrona, sólo hay un seis por ciento de cesáreas - frente a más o menos un 25 % en otros países occidentales-; las cifras de mortalidad perinatal son inferiores al diez por ciento y las de mortalidad maternal inferior al uno por diez mil. ¿No prueban estas cifras sobradamente que la intervención de la medicina en los
nacimientos no es inocente?
Desde luego, ningún grupo que trabaja en pro de los partos en casa descarta la posibilidad de acudir a un centro hospitalario en caso de complicaciones. No cabe duda que el parto es una función sexual complicada, al menos en las actuales condiciones, y que entraña un riesgo y, por otra parte, que las técnicas médicas actuales podrían ser un aliado de la mujer: claro que querríamos una medicina humanitaria. Pero tal medicina es difícil de encontrar.
Haría falta más de un libro para explicar la función de la medicina como servicio de mantenimiento de la fuerza de trabajo para la gran empresa capitalista, y como instrumento del Poder en la manipulación y el control de las criaturas. Foucault, al tratar sobre el panoptismo sitúa a los hospitales tras las cárceles, las fábricas, las escuelas y los cuarteles (10).
Aquí sólo queremos indicar la función que la medicina realiza para convertir la maternidad precisamente en la reproducción de fuerza de trabajo o de herederos -no de criaturas humanas- tratando a la mujer como máquina reproductora. En términos prácticos, tratar a la mujer y a las criaturas como objetos, y el parto, como
una función fisiológica, como si no hubiera nada libidinal, emocional, sentimental, incluso sin dimensión racional puesto que el médico no dialoga con la mujer, sólo da órdenes; así se elimina la condición humana: los deseos, la gratificación del placer del acto, y se organiza impasiblemente el sufrimiento humano (¿o no es
humano el sufrimiento de las mujeres y de los bebés en el parto?) decretado 'natural' e inevitable. La mujer es una histérica y los bebés no sienten ni entienden. En ningún caso le interesa que se indague en las rigideces uterinas y en el por qué los partos ahora son dolorosos cuando hubo un tiempo en que no lo fueron, etc. etc.
Precisamente la rigidez uterina y la dificultad de los partos es lo que permite y justifica que la medicina (y el Poder) meta las narices en el parto y en las funciones íntimas, sexuales, materno-infantiles.
Por eso es tan díficil aceptar en las condiciones actuales la intervención de la medicina en la maternidad.
Con la brutal separación de la pareja madre-criatura inmediatamente después del parto, se corta la líbido femenina que a pesar de todo puede producirse, impidiendo el encuentro amoroso y el desarrollo de los deseos primeros de las criaturas; impidiendo su crecimiento con los deseos saciados, sin carencias ni miedo al abandono puesto que no se puede temer algo que no se sabe que puede suceder ni
está previsto que suceda. Este tipo de relación erótica con la madre sería incompatible con la puesta en marcha del principio de autoridad, es decir, con la sumisión a los padres que son el primer eslabón autoritario de la sociedad patriarcal, pues la madre no sería capaz de soportar y menos de infligir sufrimientos al objeto de su pasión amorosa.

Para probar la pluralidad de las funciones sexuales de la mujer, Michel Odent, médico del equipo de Pithiviers (Francia) , da cuenta de las señales periféricas que dan las hormonas sexuales: La oxitocina interviene en los preludios del acto sexual y en el orgasmo masculino y femenino... La oxitocina se libera antes y
durante la mamada... Hay oxitocina en la leche humana... Los efectos de esta hormona en las contracciones uterinas son bien conocidas. Hay un nivel punta de liberación en la hora que sigue al nacimiento, en el momento del primer contacto de la madre y su bebé ... Cuando una mujer dá de mamar a su bebé no tiene el mismo equilibrio hormonal que cuando está de parto o cuando tiene que establecer el primer contacto con su recién nacido, o cuando tiene relaciones íntimas con su marido. En función del contexto hormonal el amor o la relación altruista toman direcciones distintas. No se concentran en el mismo objeto.... La madre que amamanta está en un equilibrio hormonal particular. Está bajo los efectos de una hormona indispensable para que se produzca la leche en su seno. Se trata de la prolactina. ... La prolactina reduce la líbido, el interés sexual (hacia el marido) ... Cuando una mujer comienza la lactancia todos los efectos de la 'hormona del amor' (la oxitocina) tienden a dirigirse al bebé".
Si se respetase y se reconociese la sexualidad maternal quizá podría haber compañeros solidarios que colaborasen en la protección de la madre y su criatura, en cuyo caso la madre podría seguir sintiendo deseos o ternura hacia el hombre,
incluyendo deseos libidinales.

De lo que se trata es de reconocer la existencia de la líbido maternal que entra en conflicto con las normas de conducta sexuales vigentes.
Hoy, cuando ya se ha logrado la ruptura entre la conciencia y el útero de la mujer, es posible una 'liberación' selectiva de sus pulsiones sexuales, las más alejadas del utero y del ciclo materno; una 'liberación' que, como decíamos, va de la vagina al clítoris, y que sigue dejando el útero a merced de la maldición divina y del
Poder. Hoy la mujer puede gozar todo lo que quiera y pueda, siempre y cuando sea con su marido o compañero, pues mientras no redescubra su sexualidad uterina, la reproducción y la domesticación de las criaturas quedarán al margen de sus deseos y se podrán seguir controlando.
Hay que creerse que la sexualidad normal y 'natural' de la mujer sólo tiene una dirección, la que se complementa con la del varón y que todo lo demás son aberraciones. Pero hay algo que no cuadra del todo bien porque la mujer no siempre siente el mismo deseo del coito que siente el varón; por eso, para que no se descubra por qué no funciona la complementaridad de la pareja heterosexual estable,
se inventa la famosa frigidez de la mujer. La frigidez de la mujer que, claro está, no tiene nada que ver con la rigidez uterina y la desconoexión entre el útero y la conciencia que hemos mencionado, sino con la naturaleza misma de la mujer que supuestamente es un varón defectuoso, un varón castrado, incompleto que carece de
pene, y por eso es frígida. Así quedan explicados los fallos de la
complementariadad de la pareja heterosexual que podrían poner en entredicho la institución del matrimonio y la monogamia. Nadie tiene que llegar tan siquiera a imaginarse (ahí está el papel del tabú) que si la mujer no desea al varón es porque a lo mejor desea en ese momento otras cosas. Semejante suposición no puede entrar
dentro de nuestra conciencia debidamente edipizada, en la que la sexualidad materno-infantil ha quedado borrada.
Con esto no negamos que los problemas del mundo, la angustia, el miedo, la incomunicación, el aburrimiento, la falta de sentimientos, etc. y, desde luego, la represión de la sexualidad primaria en la propia infancia, produzcan también frigidez sexual, tanto en los hombres como en las mujeres. Sólo queremos señalar que la situación de no reconocimiento y de represión de la sexualidad uterina
y de los distintos ciclos de la mujer hace inevitable la frigidez.
Al bloquearse aquellos deseos de la mujer que no la orientan hacia el varón adulto, al quedar desterrados los pálpitos de sus entrañas, se destierra, no sólo una parte de la sexualidad femenina, sino también la maternidad entrañablemente deseada y la sexualidad primaria y básica de los seres humanos de ambos sexos; se bloquean a la vez los deseos de las criaturas y los deseos de las madres (que al definirse como vinculados al coito, quedan anatemizados como incesto). Este es el gran logro de la masculinización de la sexualidad femenina.
Tras leer a Mereló Barberá y motivadas por sus referencias, leímos la obra George Groddeck, El Libro del Ello (15), nada menos que el verdadero descubridor del inconsciente (16) , aunque después parece ser que Freud reclamó para sí la originalidad de su pensamiento en lo que se refiere al descubrimiento del inconsciente. En forma de cartas, Groddeck va describiendo las pulsiones eróticas
inconscientes de la mujer embarazada, del parto, de la madre que amamanta al bebé y, también, las pulsiones sexuales y las frustraciones de los bebés ante los comportamientos maternos. ¡Y cual nO fué nuestro asombro cuando constatamos que fue la observación de la sexualidad materno-infantil la que le dió las claves de la existencia del inconsciente!
En una carta a Freud, Groddeck decía: Por más santa que sea la maternidad, ello no impide que el útero grávido excite sus nervios y produzca una sensación de voluptuosidad... voluptuosidad secreta, inconsciente, jamás definida... En verdad, esta sensación, una vez se le ha retirado el nimbo de la sublimación, no es otra cosa que la que se produce generalmente cuando algo se mueve en el vientre de la mujer.
Una vez que se ha logrado convertir el útero en castración, el neocortex, dominando el cerebro ancestral, inhibe la producción del deseo. La resistencia del útero rígido y tenso a las contracciones funcionales hace que estas sean dolorosas en lugar de placenteras.
Las sensaciones o deseos que a pesar de todo no se logran inhibir (recordemos que la producción deseante en ciertos momentos puede ser muy fuerte) se bloquean, se echan para atrás, y se albergan en el inconsciente. De esta manera se logra efectivamente que el deseo materno y toda la sexualidad no falocéntrica de la
mujer se convierta en frustración. Los huecos y las castraciones no son más que otro truco, una pieza del engranaje que mantiene oculta la sexualidad materno infantil.

La propia sexualidad coital no puede funcionar bien en la mujer que tiene negada la sexualidad uterina y materna; por eso la feminidad secundaria no sólo hace posible la madre insensible a los sufrimientos de las criaturas, sino también la conversión de la mujer en sujeto pasivo y objeto sexual.
Por último, decir que creemos que la feminidad primaria vendría del reconocimiento social del sexo femenino en toda su integridad, del desarrollo de la sexualidad desde niñas, del propio reconocimiento por parte de la mujer de su sexo -que supondría el restablecimiento de la unidad psicosomática entre la conciencia y el útero; y, en fin, de su propia vivencia de la sexualidad materna como hija
y, eventualmente, como madre.
Luisa Muraro (22) también propone el amor a la madre como medio de recuperar la conciencia femenina que no existe en la cultura patriarcal, y que puede ponernos en camino también de recuperar la sexualidad femenina destruida. Pero para sentir el amor de las entrañas maternas y percibir el hálito de su deseo, es preciso
aprender a discernir la madre entrañable de la madre represora patriarcal.